Toda la vida he sido terca y me ha gustado llevar la contraria, no es por rebelde sin causa, es simple y sencillamente porque nunca me gustó que me dijeran como vestirme, como sentarme, como hablar, en fin como comportarme.
-Sentate bien, así no se sienta una
señorita. (Bendito el colegio que se le ocurrió que las mujeres podíamos ir de
pantalón, fuimos la primer generación en dejar las faldas paletonadas y yo fui
la primera en aplaudir la maravillosa idea)
-Sentate bien qué van a decir vos en la
universidad (Benditos los pasillos, escaleras y pisos que sirvieron para que mi
abundante trasero descansara y no anduviera de vago)
-Sentate bien, no te van a tomar en serio
en la oficina (A los creativos no nos toman en serio nunca; la gente cree que
porque trabajás en una agencia y tu trabajo son las ideas, ya por ese sólo
hecho, significa que fumás monte en el mejor de los casos, así que sentarme bien
no creo que componga la cosa.
El sentate bien fue una de las batallas
que mi mama nunca me pudo ganar, hasta la fecha de hoy, llego a mi escritorio, me
siento en mi versión de flor de loto, con las piernas cruzadas en la silla,
casi no uso faldas, porque sus palabras retumban en mi cabeza (Y porque me da
pereza depilarme todos los días, siii lo dije jajaja)
Y hoy después de tantas cosas que han
pasado, a pocos días que mi mama cumpla 11 meses de haberme dejado y aunque
tengo muchos rollos que resolver, puedo decir que está llegando la época en la
que vuelvo a sentirme yo otra vez, no me mal interpreten, mi mama me hace falta
todos los días, no hay día que no la piense, que no la sienta, que no la sueñe,
pero creo que ella me ha ayudado a poder decir que aunque esto me pegó duro; ya
me siento bastante bien.
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