Hace
un par de semanas, en una de esas
tardes lindas y llenas de sol, unos amigos me invitaron a un café para pasar el
rato y cambiar el bar de siempre por algo más caché, más adulto y más que libre
de alcohol, libre de goma del día siguiente; en fin, acepté la invitación, pero
como no tomo café por el insomnio, lo cambié por un chocolate caliente, era de
esos días en que te sentís “muy adulto”, con pláticas acerca de trabajo, de
estrés, de religión, como dije demasiado “adulto”.
Terminé
mi chocolate y cansada de esperar
que llegara nuestra eficiente mesera, me levanté a pedir la cuenta, de camino a
mi grupo y gracias a mi bendita torpeza, golpeé el brazo de alguien que estaba
solo en una mesa con la cabeza baja y muy entretenido afinando su guitarra; no
hubiese pasado a más de un “disculpe” si hubiese sido otra persona, pero al
parecer vivo en medio de una mala comedia romántica, donde los escritores se
divierten poniéndome en aprietos… pero al fin y al cabo ¿Quién era? Nada más y
nada menos que mi flamante “novio” de 3er grado y digo “novio” porque éramos
mejores amigos y YO sabía que ÉL era MI novio, pero ÉL ni cuenta se daba
jajaja.
En ese
instante, mi nivel de adultez bajó 23 años y me regresó exactamente a los ocho,
era 1989 otra vez y ahí estaba yo, de pie frente a él, me sentía como si vistiera
mi vestido puff, de medias, zapatos de charol y aquellas colas de caballo hechas
con tal fuerza que me rasgaban los ojos más que cualquier hendidura de alcancía,
todo cortesía de mi mama y él, pues él no se veía como el mismo suspirito flaco
que era en ese entonces, solo pelo y ganas de vivir, se miraba centrado, estaba
alto y guapo, cero panza cervecera y con aquellos ojos café más encendidos que
nunca.
Así
que ahí estaba yo, sintiéndome como si estuviera con mi paleta manito
partiéndola por la mitad para compartirla con él; nos quedamos viendo, nos sonreímos,
nos abrazamos, teníamos casi 15 años de no vernos, desde que salimos del
colegio (Creo que voy a dejar de remontarme en el tiempo, porque eso de tener
15 años de no ver a alguien, ya suena pesado jajaja)
Y
bueno, pues la plática fue un tanto así:
Yo:
Disculpe…
Él:
(Aparta su guitarra y me habla) ¿Azalea? Tanto tiempo de no verte…
Yo: ¿Luis?
(Obviamente le cambio el nombre para proteger
a una inocente ¡¡¡A mi!!!)
Yo: Si…
Un montón de años…
Él:
¿Cómo estás?
Yo:
¿Bien y vos?
El: Bien
gracias, ¿Y qué has hecho todo este tiempo?¿Todo bien?
Yo:
Sí, todo bien (Burra, preguntale como le
fue en la universidad, si está de vacaciones o si ya regresó a vivir a
Nicaragua, se fue a estudiar a Europa, ¿Te acordás?, hablale)
El: (Sonríe)
que alegre verte, no te perdás…
Yo:
Dale
(Abrazo
y beso de despedida)
Permítanme
decir una palabra…IDIOTA, si IDIOOOOOTAAAAA, idiota yo que no busqué mi tarjeta
de presentación y se la di, que no le pregunté que hacía con una guitarra, a él
siempre le gustó dibujar, pero no sabía que tocaba guitarra, inteligente
hubiese sido decirle: - Además de ingeniero ¿Ahora sos músico? Fijate que
trabajo en una agencia de publicidad y siempre estamos en búsqueda de talento,
tomá mi tarjeta.
Pero nooooo, yo que me la estaba dando de
muy adulta, me porté peor que niña quinceañera, se me olvidaron las palabras y
la forma de socializar con la gente, se me olvidó fingir serenidad, yo que aguanté
ir a la boda de un pendejo que creía era el amor de mi vida adulta, que recibí
la invitación de su novia con una gran falsa sonrisa, yo que aguanté eso y más
de ese otro pendejo del que les contaré en otra entrada… a mi, siiiiiii, a mi….
me trastabilló el piso el que fue mi “novio” de tercer grado..
Y es
que aunque haya llegado a los 30 y la mayor parte del tiempo me sienta segura
de mi misma, hay momentos en los que me porto como si todavía tuviera ocho, algunas
veces no importa, otras como esa vez, me dan ganas de darme contra las paredes
por mensa, pero bueno, supongo que en ciertos niveles todos tenemos algo de ese
niño ingenuo e inseguro que una vez fuimos, de hecho me empieza a gustar la
idea de creer que no todo el mundo camina siempre confiado de lo que va a hacer
o decir.
Por mi
parte, ya de regreso en el 2012, llené mi billetera con mis tarjetas de
presentación y busqué al individuo en cuestión en el Facebook, si muy stalker
de mi parte, pero no lo agregué, nada más espié un poco sus fotos para saber de
que puedo hablarle si me lo encuentro otra vez jajaja y finalmente me da gusto informarles que él también
está felizmente soltero a los 30s.